La luz del mundo (el ciego de nacimiento) es el gran símbolo de la Salvación de todas/os, que desarrolla este cuarto domingo de Cuaresma. Dios quiere, como el buen pastor del salmo 22 de hoy, la salvación.

Quiere conducir a toda la humanidad a descubrir la auténtica luz de su mirada. Una mirada que nos hace salir de las tinieblas y de la oscuridad de nuestro ser cotidiano para vivir en la verdad y en el bien, “como hijas/os de la luz”.

El Buen Pastor va en busca de la oveja perdida. Él no se fija en el aspecto exterior, como lo hacemos nosotras/os demasiadas veces. Dios se fija en el fondo, en el aspecto interior de cada una/o, en lo más íntimo de nuestra intimidad, en la verdad de la vida de cada persona, en su conciencia.

En la cultura de la imagen que vivimos, nos podemos quedar en lo aparente y creer que lo decisivo está en mostrarnos, en enseñar lo formal de lo que hacemos, sin meternos en lo sustantivo de nuestras personas. 

Pero no, la vida es algo más seria de eso que se ve externamente. Es lo que somos, lo que se ve y no se ve, porque la vida está iluminada con una luz que Dios ha puesto en todas/os y cada una/o. Él es “luz de luz”.  Cristo Jesús es nuestra luz, que nos guía en este camino cuaresmal de conversión y verdad.

Xabier Andonegi