El primer domingo de cuaresma se refiere a las tentaciones de Jesús y a nuestro pecado, o sea, a todo aquello que nos aleja de Dios y del Amor. ¿Qué es lo que nos aleja de la Ley de Dios que es el amor al prójimo, a la persona necesitada que sufre la violencia de la guerra, de la corrupción y en concreto en Caritas? No se trata de analizar los hechos sino, más bien, de asumir que somos causantes de esos hechos, en el grado que nos corresponda, y de convertirnos en el propósito de no seguir ejerciendo daño contra los demás.

Es todo un proceso. Primero el reconocimiento. Si, soy pecador, o pecadora, me he alejado de Dios, del Amor y, me ha poseído mi mundanidad, lo que me deshumaniza. Segundo, el arrepentimiento. Lo hecho mal. Me he dejado dominar por la malicia, por la injusticia, por la indiferencia. Tercero reconocimiento. Es verdad, lo confieso, no lo quiero ocultar, lo confieso, lo digo. Y cuarto el propósito de no volver a hacerlo. No será así. No, no volverá a suceder. No, en la medida que de mí dependa, lo resolveré.

El salmo 50 de este domingo es emblemático para lo que estamos diciendo: Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso.