
El tercer, cuarto y quinto domingo de Cuaresma, eran y deberían de ser, también hoy, entre nosotras/os, los preparatorios para el bautismo de adultos. Se trata de ayudar, a todas/os, a tomar conciencia del ser de Jesús y de su quehacer en el mundo, como agua viva (la samaritana), luz del mundo (el ciego de nacimiento) y vida plena (Lázaro).
Pues bien, este tercer domingo, el del Evangelio de la samaritana nos muestra el diálogo donde descubrimos a Jesús, que es el agua viva que puede calmar nuestra sed más profunda, la sed de sentido, de fundamento, de realización existencial.
Estamos como aquel pueblo de Jesús que está huyendo de la esclavitud; nuestras dependencias o esclavitudes también son abundantes en el mundo actual. De lo que se trata es de beber del agua de vida, para vivir la nuestra, nuestra vida diaria, con confianza en lo que somos y estamos haciendo (sea en la familia, en el trabajo, en la iglesia y en la sociedad).
Dios es el que quiere saciar nuestra sed más profunda de amor y la cruz es la prueba más evidente de su entrega. Como dice el salmo 94, “ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis el corazón”.
Xabier Andonegi