
El encuentro con una persona en condición de pobreza nos provoca e interroga. Su necesidad cuestiona nuestro estilo de vida, no nos deja indiferentes.
Los seres humanos compartimos un destino común y la misma necesidad de ser y sentirnos amados. Este amor es compartir, es dedicación, es servicio, es atención y cuidado a los demás. Nuestro destino es responsabilidad de todos.
Tender la mano es un signo de proximidad, de solidaridad, de amor, y se puede hacer a través de infinitos gestos. La misericordia y la generosidad no se improvisan, se entrenan, y para ello es necesario despertar, actuar y comprometerse.
Se necesitan personas con el gesto de manos abiertas y tendidas hacia los demás dispuestas a acoger y a comprender, a escuchar e integrar, a compartir lo que son y lo que tienen con los demás. Hace falta gente de corazón generoso. ¿Te apuntas?